CARTA ABIERTA A PEPE MUJICA

CARTA ABIERTA A PEPE MUJICA

(versión escrita de la videocarta que publicamos ayer en las redes sociales, en respuesta a sus declaraciones ante la ONU)

«Bellas palabras que arrancan el aplauso fácil de la comunidad internacional.

Mientras las expresás, vemos al estado uruguayo corriendo excitado detrás del modelo insustentable que denunciás, ávido de dinero para su caja chica, temeroso de represalias o de «quedar fuera» del mercado mundial. Mientras hablás, grandes transnacionales devoran nuestra tierra y ensucian nuestra agua, envenenando a nuestros niños con agroquímicos y otras pestes, convirtiendo nuestras praderas en desiertos. Mientras te escuchamos, miles de familias ignoradas son expulsadas del campo.

De “entrecasa” nos hablás de diversificar la matriz productiva, confundiendo actividades productivas con otras que convierten nuestra tierra y nuestra agua en papel para el primer mundo, en ración para ganado criado al norte del planeta, en minerales para el desarrollo de las industrias de las potencias emergentes. Esto no configura producción ni industrialización, sino el más puro extractivismo, el más duro saqueo.

Subestimás nuestra inteligencia cuando afirmás que estas actividades se justifican en nuestro propio consumo. Consumo de qué? De salsa de soja? De PH? De motos chinas? La soja, la pasta de celulosa, los metales que se extraen de las entrañas de nuestro suelo, son para alimentar mercados que consumen per cápita diez veces más que el nuestro. Si el mundo consumiera racional y sosteniblemente, no serían necesarios emprendimientos de la escala que se están instalando en nuestra pequeña y rica tierra.

Pretendés justificar el saqueo mostrándonos como propio el despilfarro ajeno.

Hablás de generar empleo. Se está expulsando a miles de trabajadores del campo. Tanto a pequeños productores como a peones, esos mal pagos que durante décadas fueron explotados por sus patrones, tanto como ninguneados por el sistema político.

La soja y los eucaliptos ocupan 2 ó 3 trabajadores cada mil hectáreas. La megaminería ocupa gente para la construcción de infraestructura, pero un número incierto de trabajadores durante el desarrollo de la actividad. Nos sobran motivos para no creer en las expectativas de puestos de trabajo que prometen. Botnia nos quitó la inocencia en este aspecto. Estas empresas evitan a toda costa la generación de empleo que aumente sus costos fijos. Son garantía de desocupación y miseria para el futuro.

Las transnacionales vienen aquí a desarrollar actividades que son resistidas en el primer mundo. Los países centrales no quieren seguir sacrificando su agua ni sus bosques –lo hicieron en exceso durante
décadas-, para eso impulsan tratados bilaterales y estimulan a las empresas a que se instalen en los países periféricos. No trasladan a aquí industrias de alta tecnología, sino actividades extractivas que implican gran sacrificio de gente, tierra y agua, y mínimo valor agregado.

No vienen a facilitarnos riqueza ni desarrollo. Los principales beneficiarios con estas actividades siguen siendo las transnacionales que alimentan el crecimiento económico del primer mundo, y las potencias que reciben nuestras materias primas a módico precio. Así se perpetúa la brecha entre los países desarrollados y nosotros, y con ella, la dependencia.

La primarización de las exportaciones ha sido sinónimo de subdesarrollo entre los países del sur, desde 1492 en América. La teoría del crecimiento a partir de los “desbordes” de capital, repetida por dictadores y presidentes desde hace décadas, representa una vil mentira, y una perversa justificación para el creciente saqueo de bienes naturales.

Tus palabras dichas en Río+20 son una infame contradicción en boca del presidente de un país respetuoso del modelo imperante de saqueo y contaminación, de oprimidos y opresores. Un presidente que,
paradójicamente, vio morir compañeras y compañeros que lucharon por un mundo distinto.

Perpetuar el saqueo y la dominación fue la razón de ser de las dictaduras, y vos, facilitando la entrega de nuestros bienes comunes, no hacés más que reconferir sentido a aquel macabro proceso, y asegurar el éxito final de los viejos represores siervos de los poderosos, que hoy cosechan riqueza e impunidad del terror que ayer sembraron.

No te veo como a un traidor, te veo como a una víctima del síndrome de Estocolmo: Trabajás complacido para el imperio y sus emisarios, o sea, para quienes te tuvieron enterrado en un pozo durante más de una década.

Nos has tratado muy mal. Nos ninguneás alevosamente. No somos ecologistas roñosos ni un bolsón de ambientalistas. Somos gente común preocupada por las futuras generaciones y los bienes naturales. No somos mandaderos de la oposición. En mi caso, solía ser invitado –y concurría entusiasmado- a las cenas de recaudación de fondos para las campañas preelectorales de tu sector político, aquel sector que prometía construir una nueva sociedad, sin tanto consumismo, sin ricos tan ricos, sin pobres tan pobres.

Tenemos pocas expectativas de que cambies el rumbo elegido. No estamos educando para la creación de una nueva sociedad. No estamos invirtiendo en escuelas ni reformando la educación. Has sido capaz de decir a los maestros que si quieren ganar más deberían conseguirse otro empleo para el tiempo libre. Esa patraña no es más que otra prueba de tu visión inmediatista y tu desinterés por el futuro. Se diría que gobernás condicionado no sólo por los poderosos de siempre, sino también por tu caduca biología y, probablemente, por no haber dejado descendencia.

Seguiremos resistiendo a este modelo que vos y el resto del acomodado sistema político partidario promueven y avalan. No nos detendremos. Y creéme: Cada vez, somos más.

Germán Parula Ferrando.»

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